Partiendo de Quilis, las fases del proceso de comunicación entre hablante-oyente son representadas del siguiente modo:
Cerebro hablante>órganos articulatorios hablante>onda sonora>órganos auditivos oyente>cerebro oyente.
¿Pero qué ocurre si el oyente no oye? Sencillo -pensaréis- existe un lenguaje diseñado para aquellos que no pueden oír, el lenguaje de signos y además pueden leer los labios si se lo proponen. Pero, ¿qué ocurriría si no pudieran leer los labios? ¿Si además de carecer del sentido auditivo, fueran ciegos?
No es posible la comunicación, pensaréis. Para ella se requiere un emisor y un receptor y teniendo tantas barreras es imposible crear dicha comunicación.
¿Cómo percibe una persona ciega, sorda y por lo tanto muda? Un recién nacido, esponja de todo lo que le rodea, sin la capacidad de ver y oír, ¿cómo crea un sistema lingüístico? ¿Estamos ante un “niño salvaje”?
En 1880 nace Hellen Keller, en Alabama, Estados Unidos. Nace sana pero a los dieciocho meses tras sufrir unas fiebres, inexplicablemente se queda ciega y sorda. Como era de imaginar, esto afectó mucho a su desarrollo volviéndose incluso agresiva. Imaginad que no podéis comunicaros, que todo a vuestro alrededor se está moviendo y no podéis verlo.
Los padres de Hellen se ponen en contacto con una maestra, Anne Sullivan quien se hace cargo de la niña desde que esta tiene seis años. La técnica de Anne fue, en un primer momento enseñar a Hellen a tratar con lo cotidiano: daban paseos, le ponía objetos en las manos para que los tocase y adivinase sus formas y, continuamente, le garabateaba en las palmas de las manos. Al mes, su comportamiento había mejorado considerablemente, Anne ya era aceptada por la niña y estimó que era el momento de volver a instalarla en su casa. Anne comenzó entonces a trabajar en la relación de Hellen con el mundo exterior, continuó escribiendo en las palmas de sus manos sin que la pequeña comprendiera el por qué hasta que, un buen día, por fin, logró relacionar esos signos con lo que palpaba con sus manos y comprendió que cada cosa tenía un nombre y podría ser capaz de identificarlo. A partir de este momento todo fue un poco más sencillo, aprendió a leer y a escribir tanto en braille como a máquina, comenzó a recibir clases de geografía, aritmética y literatura. Ya a la edad de siete años había inventado más de sesenta señas distintas que podía utilizar para comunicarse de una manera muy elemental con sus manos y comprendió que cada cosa tenía un nombre y podría ser capaz de identificarlo.
La vista de Anne Sullivan comenzó a empeorar debido a los esfuerzos realizados para enseñar a su discípula. Hellen aprendía a un ritmo vertiginoso, no encontraba límites en su ansia por aprender, por expresar y conocer todo lo que le rodeaba. Con diez años, le propuso a su maestra un reto más: aprender a hablar con la garganta. Siendo sorda y ciega, en un primer momento pareció, más que un reto, una tarea imposible, pero Anne dispuso que una prestigiosa profesora de dicción para personas sordas -Sarah Fuller- le impartiera clases. El método de Sara consistía en que Hellen pusiera las manos en la garganta de la profesora y después tocase su lengua mientras esta deletreaba alguna palabra. De este modo debía imitar la posición de la lengua respecto al paladar y los dientes, a la vez que controlar la fuerza con que salía el sonido de las cuerdas vocales. El proceso era bastante complejo, pero a las pocas sesiones Hellen logró hablar, nunca con una dicción perfecta como hubiera querido su maestra, pero sí de una manera lo suficientemente aceptable como para impartir conferencias y declamar en pro de los derechos de las personas sordo-ciegas.

Con catorce años, Hellen ingresó en el Wright Humason School de Nueva York donde estudió con gran entusiasmo -y siempre acompañada de Anne- francés, alemán, geografía y su gran asignatura pendiente: oratoria.
A los veinte años comenzó a cursar sus estudios en el Colegio Mayor Radcliffe de donde saldría graduada Cum Laude.

Título: «The míracle worker». «El milagro de Ana Sullivan». Director: Arthur Penn. Año: 1962

La película no tiene desperdicio dura 147 min. Y tenéis aquí el enlace completo en español, así que no hay excusa, este finde todos a ver «El milagro de Ana Sullivan».